El mar: un puzzle: imposible sentir cómo nos moja o zarandea o nos salpica.
Así se siente el mar desde una mente percutida de mensajes que pretenden ser unívocos:
palabras literales como rocas bien limadas; datos-tundra.
La denotación invoca a una meseta bien helada: nada nace, todo lo que hay solamente permanece.
Así se siente a Google traduciendo algún poema: cada pieza de este mar se corresponde con la pieza de este otro: corta y pega: del Mediterráneo al Mar de Ojotsk sólo basta intercambiar cada fragmento y son lo mismo.
Es lo mismo en la sintaxis: si le llevas girasoles o jazmines a tu hermana o a su tumba: dan
lo mismo girasoles o jazmines da lo mismo si es la vida o el recuerdo. La ley del Complemento Directo o Indirecto opera igual.
La denotación y la sintaxis: de la mano de quien da solamente si recibe el monto exacto que ha donado.
La denotación y la sintaxis: ponen al lenguaje en el mercado: hacen puzzles con el mar y
venden piezas de su espuma su humedad su oscilación. Pretenden que es posible intercambiar previo despieze: la experiencia.
En Fenomenología del fin, Franco Bifo Berardi nos propone realizar la distinción entre
sensibilidad y sensitividad. También correlativamente: entre conjunción y conexión. Una y una y otra y otra caen del lado de los mares y las piezas. Nos propone también: que en este tajo es la irrupción de la era digital semiocapitalista la que hace herida.
La sensibilidad implica percibir y responder desde la piel a los estímulos del mundo. Implica una interpretación emocional; también estética; y es así necesariamente corporal.
Requiere estar presente; invoca a la intuición. Es la esfera del agua que no llueve pero cala.
“La sensibilidad puede ser definida como la facultad que le permite al organismo
procesar signos y estímulos semióticos que no pueden ser verbalizados o codificados
verbalmente”.
“La sensibilidad les permite a los seres humanos unirse y conectarse a través de
relaciones de empatía, como una fina película que registra y decodifica las impresiones
no-verbales; en otras palabras, les permite regresar a un estado no-específico y no-
codificado en el que los cuerpos sin órganos vibran al unísono. A través de las
relaciones empáticas somos capaces de entender signos que son irreductibles a la
información y que constituyen, sin embargo, las bases de la comprensión interhumana.
La sensibilidad es la facultad que decodifica la intensidad, que, por definición, significa
escapar a la dimensión extensiva del lenguaje verbal”.
La sensitividad percibe y responde a los estímulos lingüísticos siendo un ábaco: las palabras son valores definidos que se pueden trasponer siguiendo un orden: mismo orden: igual significado: todo aséptico y sin taras.
Conjunción supone no una mera unión de entes sino composición que permite la
emergencia de algo nuevo: una alquimia de los cuerpos y las mentes que al tocarse dan a luz
significado o conciben un sentido insólito. Es encuentro-regadío; en él las partes se confunden y enriquecen hasta hacer brotar: y ya nada será igual a lo que era. Tras cada conjunción de las sensibilidades nace un mundo incomparable.
“La conjunción puede ser comparada con la respiración conjunta, ya que implica el
intercambio y la transmisión de sustancias materiales, es decir, de la materia física
concreta en el aire que respiramos o la materia semiótica transportada por los signos.
La búsqueda de un ritmo común, la interpretación tentativa de matices corporales y semióticos y la desambiguación no verbal de signos verbales, forman parte de la
comunicación conjuntiva”.
Conexión refiere a aquella interacción en la que cuerpos y entidades cristalizan en la forma
de fragmentos de pura información y además y en consecuencia: fragmentos permutables. En esta interacción se pierde el mar: se hace piedra y se despieza bajo el yugo del sistema de intercambio de los signos. Basta estar en posesión del catálogo inequívoco que consuma los enlaces sintáctico/semánticos de este signo con su paralelo; de esta espuma o esta onda o del salitre con la espuma de un jabón la onda de luz la sal de mesa fina. La experiencia se reduce y y descompone en engranaje y se somete a la eficiencia: el mar así se rompe porque así es más provechoso o funcional. La conectividad devana el mundo para hacerlo fácilmente digerible a la sensitividad.
“Mientras que la comunicación conjuntiva es una aproximación tentativa a las
intenciones de significado de un cuerpo que envía mensajes ambiguos cuya
interpretación es objeto de negociación e incertidumbre, la comunicación conectiva
implica y presupone una interacción perfectamente inequívoca entre agentes de
significación que son sintácticamente compatibles. Para entender lo que es la
comunicación conjuntiva, tan solo imaginemos a dos personas cortejando, actividad
que Involucra el deseo, la timidez, la ambigüedad, las insinuaciones de intuición e
infinitas capas de (mal)entendidos. Para entender lo que es la comunicación conectiva,
pensemos en la superposición sintáctica y en la identificación semántica de dos
cadenas de información. La conexión es la interacción entre máquinas sintácticas que
poseen un mismo formato”.
Si alguna vez hubo equilibrio entre sensibilidad y sensitividad o entre conjunción y conexión hoy Berardi nos advierte: se nos va resquebrajando. Si hubo el mar que zarandea y nos salpica y que empapaba nuestros cuerpos: se nos va quedando lejos. Ahora imágenes e imágenes de un mar que es otro mar y luego otro nos rebosan la cabeza; sólo queda conectarnos con el mar ya no sentirlo.
“La mutación que estamos experimentando hoy en día está provocando una dolorosa
disonancia entre las esferas de la sensibilidad y la sensitividad, que se hace sentir de
diversas maneras”.
Por la grieta luego valle barranco luego abismo que nos rompe nuestros lazos con la
sensibilidad y la posibilidad de conjunción van colándose algoritmos, datos-tundra, ceros
unos, pantallas y teclados, el lenguaje como un ábaco en torrente va pegándose a la piel e
impide el tacto el contacto alguna alquimia entre los entes cada vez más desgarrados entre sí.
La primera piedra pequeñísima que se hunde en la subjetividad y abre la grieta es el implacable proceso de la digitalización. Esta piedra se compone de abstracción y alienación: es fantasma y a la vez se nos presenta más real que lo tangible. Todo lo que engulle lo reduce a la mínima expresión de aquello que es posible conocer: una cosa y su contraria: cero y uno. Todo lo intermedio está exiliado y nada brilla: sólo hay luz u oscuridad: no el rebote de la luz en otra cosa. Y el rebote de la luz sobre otra cosa las lombrices brillantes que se mecen en el mar en luna llena: parece que ya no se vivifica si no lo traducimos a una imagen pixelada y ofrecemos a ese brillo en sacrifico para el mundo digital. Miramos a la luna y su reflejo en nuestro mar traduciéndolo en binario: en la imagen pixelada ceros-unos que sobrevivirá al momento cierto en que no fuimos al mar a disolvernos en su brillo a bailar con sus lunáticas lombrices. El mar: un puzzle etéreo.
“Cuando los seres humanos quieren participar en la conexión deben aceptar,
previamente, la reducción sintáctica de los contenidos de su intercambio al formato de
las máquinas que transportan sus signos”.
“Para poder circular por la red, el lenguaje debe hacerse compatible con el código”.
“[…] en la esfera de la comunicación, el lenguajes es comercializado y valorado como
performance”.
Un temblor cuartea todo sedimento hasta su centro. El semiocapitalismo: sistema
económico que dedica sus esfuerzos a mirar cada trocito de universo y luego ver lo que es
rentable: mira signos seres mira a mí te mira a ti y las palabras las ideas viendo objetos de
intercambio. Cautivados el lenguaje y la experiencia se transforman en recursos a explotar: una mina de valor sólo económico; ya no más un medio de expresión de la sensibilidad sólo un instrumento de intercambio económico. Lo denotativo se impone porque es útil traducir. Lo sintáctico prospera porque es rentable intercambiar. Las palabras ya no buscan evocar espacio-tiempos; solamente transferir información rápidamente cuanto más lejos mejor.
“Llamo semiocapitalismo a la actual configuración de la relación entre lenguaje y
economía. En esta configuración, la producción de cualquier bien, ya sea material o
inmaterial, puede ser traducida a una combinación y recombinación de información”.
Si hubo un equilibrio poco queda va quedando menos cada vez. La sensitividad deja muy
poco de aquel mar; la conectividad lo vuelve inerte.
“[…] los ajustes tecnomediáticos y las mutaciones psicocognitivas son tan
interdependientes como un organismo y su ecosistema. El organismo consciente
también es un organismo sensual, pues es un conjunto de receptores sensitivos. La
tecnosfera conectiva que habitamos hoy en día se asemeja al efecto de un zapping
proyectivo donde combinamos secuencias provenientes de diferentes fuentes. El
inconsciente social reacciona a esta continua desterritorialización de diversas maneras,
a través de la adaptación, la desconexión o la patología”.
Sin embargo, queda un hilo de la luna en este mar. Berardi lo señala en la poesía: la describe como aquella forma de expresión capaz de resistir a la lógica baldía del semiocapitalismo al proceso inhabitable de la digitalización. Allí donde el lenguaje nace en verso aleja a los
fantasmas: reincorpora a la palabra en el tejido de una piel que toca el mar y no lo rompe: al contrario: se hace pez para sentirlo en cada escama. La poesía es una orilla con las huellas de unas olas aún recientes esperando a la otra ola que no puede ser la misma. En cada impacto o las caricias el dibujo abocetado de la sal y de las aguas será nuevo: inconmensurable y primitivo. La sensibilidad bucea aquí: el mar la zarandea todavía y la empapa y la salpica. La poesía es un cobijo que permite conjunciones experiencias inefables para el algoritmo maniqueo de la máquina.
“La ambigüedad del lenguaje poético es, de hecho, un efecto de la superinclusividad
semántica. Como el esquizofrénico, el poeta no respeta los límites convencionales en la
relación entre significante y significado, y revela el carácter inagotable del proceso de
atribución de significado”.
«El mundo es el efecto de un proceso de organización semiótica de la materia
prelingüística. El lenguaje organiza el tiempo, el espacio y la materia de tal manera que
se vuelven reconocibles para la conciencia humana. Este proceso de emanación
semiótica no es algo dado naturalmente, es más bien una perpetua reorganización, una
continua reformulación del entorno. La poesía se puede definir como la experiencia de
esa reorganización y recombinación de patrones con las proyecciones del mundo”.
“El acto poético es la emanación de un flujo semiótico que arroja una luz de significado
no convencional en el mundo existente. Es un exceso semiótico que se insinúa más allá
de los límites del significado convencional. Simultáneamente, revela una posible esfera
de la experiencia que no ha sido previamente experimentada, a saber, lo “experienciable”.
“La poesía es el acto del lenguaje que no puede ser definido, ya que de-finir significa
poner límites”.
Aún en medio del lenguaje mercancía: la poesía sopla al puzzle y lo diluye y lo desborda; su aliento impide a la palabra encerrarse en esa celda del signo sin la piel. La poesía se resiste a la aridez de aquella semiótica algorítmica que trocea el lenguaje lo hace añicos y le drena densidad: lo reduce a datos-tundra; lo aplasta hasta la bidimensionalidad; lo hace imposible de tocar. La palabra poética se zambulle y confunde con el agua y queda refugiada del martillo divisor.
Berardi intuye en el lenguaje poético (lenguaje de horizonte y no frontera) un camino que
nos vuelve hacia las playas. La poesía recupera a la sensibilidad a la piel y lo profundo en la
palabra, permite sentir de nuevo la piel de las palabras, la textura que se rehúsa a ser
domesticada. Si el lenguaje digital se pierde el mar: la poesía se despliega hacia las olas y en cada verso suyo moja el mar y nacen ondas. tacto y revelación. Un poema es cada vez: primera brazada al zarandeo y a la salpicadura.
Bibliografía:
Berardi, F. (2017). Fenomenología del fin: Sensibilidad y mutación conectiva. Caja Negra.
Pilar Trol
Consejo editorial Anfibia