Eros presenta bicefalia: un cráneo es del placer, el otro es odio
“Eros le parecía a Safo una experiencia de placer y dolor al mismo tiempo. Hay en ello contradicción y quizá paradoja. Percibir este Eros puede dividir la mente en dos”.
“No sé lo que me hago: son dobles mis deseos…” (SAFO, fragmento 51)
“De nuevo, amo y no amo, estoy loco y no estoy loco” (ANACREONTE, fragmento 428)
¿Por qué causa es que el dolor? Por ausencia. ¿Por qué causa esta conjunción ‘placer-dolor’ es ontológicamente constitutiva de Eros? Eros busca para no encontrar: busca el placer, necesita mantener una distancia; su placer tiene que estar en un esguince del tropiezo entre el ser con el no estar: su hambre es de presencia pero sólo come ausencia. “El amor que se queda en deseo y se nutre sólo de deseo no es sino una manifestación de ese amor que no quiere realizarse por miedo a morir” (CIORAN, El libro de las Quimeras); “Hay que preservar un espacio, o el deseo se acaba”: si lograse la unión perfecta, amarre cósmico, presencia disolvente de aquello deseado en quien desea: Eros: empachado y reventado, autolítica implosión, su ausencia total por la presencia total. Además: dolor implica odio. Te amo-y-odio es enunciado necesario del amante: aquel a quien se ama nunca está lo suficientemente cerca para henchirnos, completarnos, nunca nada es suficiente, no hay empacho.
Eros se mira en el espejo de un poema
(En este epígrafe vamos a ofrecer todo con citas. Anne Carson, parece, no precisa nunca de interludios; aquí menos aún).
Como la manzana que, roja, se empina en la alta rama,
en lo alto de las más alta rama. Los cosecheros la olvidaron.
No, no la olvidaron. No pudieron alcanzarla. (SAFO, fragmento 105a)
“El poema es perfectamente incompleto: hay una frase que no tiene verbo principal ni sujeto principal porque no llega nunca a su cláusula principal. Es un símil, cuyo objeto queda indefinido ya que nunca aparece el comparandum. (…) Como el objeto de comparación del verso 1, ejerce una atracción poderosa, tanto gramatical como erótica, sobre todo lo que sigue; pero no llega a la consumación, ni gramatical ni erótica. (…)
La acción del poema avanza mediante verbos en presente de indicativo que alcanzan, con la última palabra, la frustración infinitiva. (…) Cada verso emite una impresión que se modifica enseguida y luego se vuelve a emitir. (…) El ritmo del verso corrobora este movimiento: los dáctilos (versos 1 y 2) se lentifican y pasan a espondeo (verso 3) cuando la manzana empieza a verse más y más lejos. (…)
A lo largo de los distintos versos, la acción de intentar alcanzar del deseo se realiza una y otra vez de distintas maneras; con cada verso queda más claro que no lo conseguirá. (…)
En sus sonidos, en su proceso de reflexión, en su contenido narrativo (…), este poema representa la experiencia del Eros. Es una experiencia compuesta, tanto gluku [dulce] como pikron [amargo]: Safo comienza con una manzana dulce y termina con un hambre infinita”.
Eros dará a luz a todo Yo y todo Yo será horadado
“Eros (…) existe porque existen ciertas fronteras. En el intervalo entre intentar alcanzar y asir, entre la mirada y la contramirada, entre «Te quiero» y «Yo también te quiero», cobra vida la presencia ausente del deseo. Pero los límites del tiempo y de la mirada y del Te quiero son sólo réplicas de la frontera principal e inevitable que crea Eros: la de la carne y la del ser que media entre tú y yo. Y no comprendo, hasta que, de repente, llega el momento en el que querría disolver esa frontera, que nunca podré”.
Al nacer: cada cual es un tentáculo de todo lo demás. No hay nada que nos haga una tijera con el mundo: deseo, puro y nítido deseo, que se alcanza a sí mismo como mera inconsciencia de ser seres separados. No hay nada de lo humano en esta fase: somos continuos con el mundo, no hay tijera. El deseo puede coincidir completamente con su eje: quiere todo y lo es todo.
El deseo por sí mismo es incapaz de darse límite: si flotando en algún éter, descarnado: se parece a la dinámica de un gas, su dinámica se expande hasta ocupar el universo, sólo para con el cosmos. Es la carne, su inmanencia necesaria en una carne, lo que ubica y subjetiva a este Eros en el eros personal de cada Yo. Estamos definidos por la ausencia: es el odio quien atrapa la mirada en un contorno, quien permite que tornemos la mirada, nos veamos desde dentro como un algo separado.
“El placer y el dolor se inscriben al mismo tiempo en el que ama, ya que el atractivo del objeto del amor se deriva, en parte, de su carencia”.
Se ha trazado un poquito una mentira. Así es la realidad: la dinámica perversa del deseo es querer todo y no tenerlo. Es ahí donde un humano, tan muy recién humano que no es, se hace humano. Es mentira ese momento primigenio de infinito: siempre, absolutamente siempre se nos viene la carencia. El cordón umbilical: chas, una carencia; el padre freudiano que nos roba por un rato a nuestra madre dadivosa: chas, otra carencia. Chas y chas y chas y: quizá de acumular o de un corte primordial, pero: chas y ya no somos uno con el mundo, deseamos: somos Yo.
El deseo y la indigencia frente aquello deseado crea el límite. Así de pronto: humanos, no un tentáculo de todo lo demás.
“Cuando te deseo, parte de mí desaparece: mi deseo de ti forma parte de mí. (…) La presencia del deseo despierta en él [el amante] la nostalgia de la totalidad”.
Amar es una pérdida y nosotros somos yoes porque no somos el todo. Los dos cráneos de este Eros nos susurran brevemente y nos escinden por completo: quieres, quieres, quieres y no llegas, nunca llega: odias, odias, odias. Esto se ve claro. Pero: nunca fuiste un todo sin el límite, a qué tanta nostalgia de universo, tanto odio hacia la ausencia necesaria de lo amado en tanto amado. El Yo: se ha revelado con origen negativo. El Yo: tiene un desarrollo: se revela hacia sí mismo como idéntico a sí mismo y diferente de otra cosa (todas). Una vez inaugurado desde el corte (chas, chas, chas), la fábrica del Yo produce identidad: nos miramos como aquello no completo como un cosmos pero sí como individuo, es decir: se desplaza la igualdad total de lo cósmico a la igualdad total de lo “sujeto”. Sin embargo: viene Eros y Eros rompe otra vez, nos viene a susurrar y rompe el Yo: hay algo ahí afuera que tú debes deglutir, hacerlo intrínseco: es parte de tu ser idéntico y sin ello se abre un pozo y está seco en esta esfera del ser tú. Hay un sentimiento, en el amante, que descubre en el amado una parte de sí mismo y lo reclama para sí: “Cuando te deseo, parte de mí desaparece: tu ausencia es mi carencia. No me faltarías a menos que antes hubieses formado parte de mí (…)”. Vuelve un ansia de universo. Nunca para.
Eros torna mocos verdes en cascadas esmeralda de agua plena en vida y peces
“Los contornos fundamentales que definen a este Eros (…)[:] El placer y el dolor son sus síntomas. La carencia es su componente motor, fundamental. (…) Su acción es intentar alcanzar e intentar alcanzar el deseo involucra a todo amante en una actividad de la imaginación”.
No sólo el universo atañe al Yo como deseo. Aquello deseado apela al todo en tanto deseado: en el fondo atañe al yo como deseo de universo, aquello deseado debe anclarse al infinito para hacerse deseable. Amar a otro sujeto es tan sólo un subterfugio: hacer realmente cosmos es aquello deseado por el Yo: si este Yo concreta su deseo en otro ser, este debe ser ilimitado: no se quiere a una persona, se quiere sólo a un Dios. Aquí empieza el artificio imaginario.
“Si se deja la cabeza de un amante trabajar durante veinticuatro horas, resultará lo siguiente: en las minas de Salzburgo, se arroja a las profundidades de la mina una rama de árbol deshojada de sus hojas por el invierno; si se saca al cabo de dos o tres meses, está cubierta de cristales brillantes; las ramillas más diminutas, no más gruesas que las patas de un pajarillo, aparecen guarnecidas de infinitos diamantes, trémulos y deslumbradores, imposible reconocer la rama primitiva. Lo que yo llamo cristalización es la operación del espíritu que en todo suceso y en toda circunstancia descubre nuevas perfecciones del objeto amado” (STENDHAL, Del amor).
No tendría que hacernos sorprender: si Eros es, así, dulce y amargo, es también tan necesario al amante hacer la pantomima: incluso aquello amargo sabe dulce. Incluso lo mundano, lo imperfecto, esas cosas: mocos, pedos, todo aquello que atestigua que el amado es sólo un trozo chabacano de universo: esas cosas nos tienen que brillar y hacer constelaciones: cada pedo es una estrella, cada moco una galaxia inabarcable, cada trozo de materia inexacta será un místico misterio a descifrar (e indescifrable).
“¿De dónde viene la profundidad del amor sino de la negación del conocimiento? Lo que en el conocimiento es mediocre, en el amor se vuelve absoluto. Todo conocimiento objetivo es mediocre (…) cuanto más conocemos, más común, vulgar y mediocre se vuelve la realidad,
porque el conocimiento nunca salva nada, sino que progresivamente destruye al ser (…). Amamos en la medida en que negamos el conocimiento (…). El amor es una fuga lejos de la verdad. Y amamos verdaderamente cuando no queremos la verdad. El amor contra la verdad, he ahí una lucha por la vida, por nuestros propios éxtasis (…)” (CIORAN, El libro de las Quimeras).
Imaginación cósmica buscando el universo en el ser amado, que nunca llegará a serlo, tampoco podremos encarnarnos en él. Y ahí: el odio: los mocos odiosos, la carne que toca al moco, el tacto mismo: todos, todos odiosos.
La poesía se mira al otro lado del espejo y se ve Eros
“La manzana no arrancada, el amado fuera de nuestro alcance, el significado aún no comprendido son objetos deseables para el conocimiento. Es empresa del eros mantenerlos
así. Lo desconocido debe seguir siendo desconocido (…)” o el poema se objetiva, se suicida en ese mismo movimiento. El poema nombra con ensanches de significado que no alcanzan, tan así como quien soy se expande y/pero nunca llego a asimilar al ser amado cuando amo.
Podemos decir, en esta línea, que Peyrou dice que dice Miguel Casado: el símbolo “funciona como multiplicación del sentido, como prisma”. Hay un doble movimiento: Eros quiere que la piel sea de goma para asir o envolver o asimilar al otro amado; Eros quiere que se encuentre el otro amado tan distante que en ningún caso pueda asirse, envolverse, asimilarse. Quien quiera serle fiel, dejarse arrebatar, ha de hacer ambas cosas de una vez: el/la poeta, escribe tensionando la palabra hasta hacerla una utopía porque quiere abarcar la realidad; porque quiere abarcar la realidad tiene que hacer de la palabra un unicornio: dato relativamente cierto en lo libidinal, muy-muy falso en tanto empírico.
“El acto llamado «metáfora» es un acto de detención e interceptación que divide la mente y la conduce a un estado de guerra consigo misma (…) la mente intenta conseguir una identificación «nombrando a las cosas sin nombrar»”. Cuando digo “unicornio” es igual que decir: cosmos. Nada tiene consistencia material que lo sostenga: ni cosmos, ni unicornio. Pero digo y el decir hace algún tipo de existencia. Es un tipo de existencia que no es, se bifurcan los dos planos del poema: nombrar algo es realidad, lo que nombro no lo es. Desear es intentar hacerse un cosmos, lo posible me lo niega.
“Eros también tiene «algo paradójico» en el centro de su poder, en ese punto donde lo amargo intercepta a lo dulce”. Se construye ese poema para hilarse con el cosmos que se quiere, esto es dulce. Lo posible me lo niega, esto es amargo. Pero sólo con los dos hay un poema (si sólo fuera dulce, sería descripción).
“La palabra griega symbolon, que significaba, en el mundo antiguo, una mitad de un hueso de caña portado como prenda de identidad para alguien que tenía la otra mitad. Juntas, las dos mitades componían un significado. Una metáfora es una especie de símbolo. También lo es un amante”: “Todo amante cazador y hambriento es la mitad de un hueso, el cortejador de un significado que es inseparable de su ausencia”. Así, otra vez: viene Eros, me coge de las manos y se pone a hilar palabras porque quiere no quiere coser. Viene en el poema que no quiere hacer sentido pero teje. Viene sedicioso o seductor (si no son la misma cosa), viene y deja por escrito lo que no puede escribirse y nada tiene que alimente a la razón y así abre el hambre.
Sobre la imagen que es un símbolo dice Peyrou que dice Pierre Reverdi que “no puede nacer de una comparación, sino del vínculo entre dos realidades más o menos distantes (…) cuanto más lejana y justa sea la relación entre esas dos realidades vinculadas, más fuerte será la
imagen: tendrá un mayo poder emotivo y una mayor realidad poética”. También dice Peyrou que dice Octavio Paz que se provoca una “identidad de los contrarios”. Sabemos que el amar tiene de idiota el darse cuenta de que algo que nos es consustancial nos ha sido arrebatado por la piel que pone límites; terca, idiota esa epidermis. La distancia entre el amante y el amado se refleja en el poema como idiota, sin embargo: palabras que se excluyen vienen juntas y revelan una identidad violenta.
“En la escritura, la belleza prefiere tener un límite”: la escritura, cuando es Eros, es poesía: sólo en el querer, querer tan cósmico y no alcanzar y no alcanzar y no alcanzar ese misterio: universo que no llega, permanece:
Bibliografía:
Carson, A. (2005). Eros dulce y amargo. Ediciones Siruela.
Cioran, E. (1990). El libro de las quimeras. Tusquets Editores.
Peyrou, M. (2013). Tensión y sentido. Pre-Textos.
Stendhal (2000). Del amor. Alianza Editorial.
Pilar Trol
Consejo editorial Anfibia