BUEYES
Definí hace poco la poesía,
en una de mis muchas cartas
—«mensajes en botellas rotas»—,
como un afterthought,
un «se me ocurrió después»
que a menudo no se manifiesta
hasta pasado el hecho; y tiene
su sentido: estábamos viviendo,
estábamos inmersos en la dicha
del puro momento no consciente,
respirando en lo eterno del instante
sin saber que lo echaríamos de menos.
Y así esta mañana,
fresca y batida por el viento,
de comienzos de este mes de junio,
viendo los vencejos recorrer el cielo
como invisibles hilos
de corriente eléctrica en movimiento,
escuchando al mirlo en algún lejano huerto
(imaginado, pues no hay en este barrio huertos;
pero para algo ha de servirnos ser poetas)
y dejando que el monótono metrónomo
del terapéutico reloj hiciera resonar su pulso
en la quietud de mi mañana, a solas
con mi ser, con mi pasado, con mi «vislumbre
de inminencia», que ahora fragua
en la serena blancura de la página
como el recuerdo de un hato de bueyes
que lentamente hubieran desfilado
por la angostura del camino.
AUTARQUÍA
La historia de mi vida
podría llevar por título «Autarquía».
En otra cosa no creo; nada
que merezca la pena —hablo
como artista— es colectivo.
Eres solo y solo estás.
Es la maravilla
de cultivar la propia heredad.
En cualquier caso
hace ya bastantes años
que empecé a escribir la historia,
y se titula
Las cosas que un hombre ha hecho.
Todo se va haciendo.
Todo se va andando.
Todo se andará.
ESCUCHA EL CALOR
Estoy sentado en mi estudio, con la persiana a medio bajar, escuchando el calor; el intenso calor del resistero en esta jornada del 25 de julio —día de Santiago Apóstol— en Madrid.
Entre sesión y sesión de escucha fumo algún cigarrillo, bebo té, leo cuentos de Maupassant en una edición de obras completas del francés, para kindle, en clásica traducción inglesa.
El mundo está parado. Suena el reloj de pared —mi «reloj de pájaros»— en la suave penumbra. Se está muy bien. Tanto es así que la inercia del reposo, físico y mental, me adormece bajo un manto de sutil y lánguida pereza y se me hace cuesta arriba redactar estas líneas. Son típicos párrafos de escritura canicular, engarzados en esos característicos tiempos muertos de desfibrada inacción que el mucho calor engendra. El verano es tiempo de aburrimiento; de una especie de esplín baudelaireano a la inversa (no se me ocurre ningún verso ni pasaje de Baudelaire ambientado en horas tórridas, aunque es posible que me falle la memoria).
Todo late, sin embargo, bajo la superficie del oído y de la propia piel. Un estremecimiento de posibilidades bulle a muy lento fuego en el fondo de la olla de la mente. Más tarde, cuando haya caído el crepúsculo y descienda su frescor sobre la tierra, subiré la persiana, airearé el despacho, y veré qué puedo hacer con los lentos posos aún calientes de este día, tan señalado por su fecha, de lasitud y aparente intrascendencia.
BABEL
Imaginemos un poema
escrito en mil lenguas diferentes
en el que cada palabra recogiera
un significado inexistente en los restantes
novecientos noventa y nueve idiomas.
Sería un experimento fascinante.
Cuando escribo en español me ocurre con frecuencia
que pienso —en mi lengua materna— en un vocablo
para el que no hay equivalente
en el léxico de mi habla de adopción.
Tengo siempre a mano el DRAE, por supuesto;
pero también mi viejo Collins
inglés-español / español-inglés,
y a menudo hago búsquedas inversas.
A veces, sin embargo, las cosas se complican.
En español es imposible, por ejemplo,
escribir un poema con la palabra flesh,
puesto que flesh en español se dice carne,
y carne en inglés es meat, y no es meat
lo que quiero decir; es flesh.
A veces no puede uno ser poeta,
quiera o no, en su lengua de elección.
Harían falta mil idiomas;
la mente de un artista es por defecto
una torre de Babel.
Roger Wolfe (Kent, Inglaterra, 1962)
BREVE SEMBLANZA BIOGRÁFICA DE ROGER WOLFE, ESCRITA POR ÉL MISMO
Roger Wolfe nació en Westerham, Kent, Inglaterra, en 1962. En el año 1967, su familia se trasladó a España, y Wolfe —como es natural, a tan tierna edad— se desplazó con ella a nuestro país. Es poeta y escritor, aunque él prefiera la vieja palabra «artista», en el viejo sentido entendida. Se gana el sustento —todavía hoy— como intérprete y traductor.
Al margen de sus millones de palabras de traducciones alimenticias, Wolfe ha desarrollado también amplias y fecundas labores como traductor literario (de poesía, ensayo y narrativa), y rara es la semana en que —por pura vocación y amor al arte— no pergeña algún nuevo trasvase del inglés al español, que normalmente sube a su blog, La Bitácora del Hombre Solitario, en marcha en internet desde el año 2015 (este blog, por sus características y su alcance, bien podría ser considerado el gran «libro vivo y en curso» del escritor).
En lo que se refiere a su obra propia, escrita casi toda ella en la lengua de Cervantes (hemos olvidado señalar, más arriba, que Roger Wolfe se crió en Alicante, y que ha pasado la mayor parte de su vida en España), el autor ha publicado unos veinticinco libros desde los inicios de su carrera, que abarcan la poesía, el ensayo, el relato y la novela. Se ha dedicado también a la música, y colaborado en dicho campo con artistas como Diego Vasallo, Suso Saiz, Rafael Berrio y Miguel Marcos Fernández. En este apartado musical, cabe destacar el disco que con Diego Vasallo y Suso Saiz dio a la luz en 2006, con el título de La máquina del mundo.
Wolfe ha rodado larga y anchamente por la Piel de Toro, residiendo en diferentes etapas de su vida en la ya mencionada Alicante, en Asturias y en Madrid, lugar este último en el que tiene su hogar desde 1999.
1.Tres cataclismos creativos: ¿Cómo surgen tus poemas? ¿Qué chispazo desencadena el primer verso? ¿Cuál es el primer latido que inicia la vida de un poema?
Mis poemas surgen, como no podía ser de otra manera, de la vida. El primer chispazo es casi siempre alguna «escena apenas entrevista». Luego viene un largo golpe de aliento, y una «escucha visual», que vierte la imagen en palabras.
2. El libro de la revelación y el camino dice, «la labor de aproximar lo inconsciente a la parte consciente es una tarea que ocupa toda una vida». ¿Hasta dónde lo logras, quedas alguna vez satisfecho? O, lo que es lo mismo, ¿cuándo es el momento de abandonar un poema?
Hay que dejar que las cosas fluyan. A veces queda uno medianamente satisfecho, aunque el poema pueda ser una cesta de mimbre por cuyos intersticios se escapa el alma líquida de la poesía. El poema va adquiriendo vida propia; se suele abandonar cuando siente uno que los versos caminan por sí; que —para bien o para mal— no toleran ya más interferencias.
3. ¿Qué ecosistemas poéticos o artísticos nos querrías recomendar? ¿Lugares escondidos, secretos u olvidados?
El ecosistema del arte es para mí la vida interior; quizá ese sea el paisaje más escondido, más secreto, más olvidado.
4.Un consejo al/a la poeta que está iniciándose:
Leer y escuchar (la poesía se hace con el ojo y el oído).