Por su carácter limítrofe y subversivo elegimos, para el inicio de El Ingenio del Escarabajo, abordar lo grotesco, categoría de entre todas las estéticas1 la que más nos ha tentado en estos meses.
A un lado: la vacación del humor, la risa nerviosa, el temblor sonriente de aquello que desbarata desde el desacato; la irreverencia y la extravagancia que provoca, en ocasiones, untarse de negrura.
A otro lado: el accidente que repugna; decrepitud, deformidad y descomposición por doquier. El asco ante las formas, ante las conductas, ante el vómito propio y ajeno.
El detritus, ese conjunto de partículas que comparten realidad y su volteo hacia el otro lado, nos confronta a emociones opuestas, evidenciando su vínculo. El rechazo y la compasión, la carcajada y la náusea, la carcajada y el estremecimiento.
Pero tratemos de poner algo de orden. El origen de la palabra grotesco se sitúa en el Renacimiento. El término proviene de grotta ‘gruta’, por alusión a las cámaras donde se encontraron las pinturas murales del Domus Áurea, mandado construir por Nerón tras el incendio del año 64.
En sus inicios, el término Grottesche hizo referencia a este tipo de pinturas encontradas en aquellas cámaras y que fueron imitadas por los artistas renacentistas. Sus obras, excesivamente ornamentales, resignificaron el arte que había sido predominantemente simbólico: adornos decorativos que recogían los elementos de esas pinturas en absoluta libertad y fantasía plena del artista.
Sin embargo, hemos de distinguir la diferencia entre “grutesco” y “grotesco”, puesto que este último término ha ido adquiriendo un sentido más amplio que la inicial manifestación surgida a partir de los hallazgos de la Domus Áurea.
Este concepto se ha ido esculpiendo a lo largo de los siglos posteriores aflorando en él una profunda intersección de un sinfín de acepciones contrariadas: lo repulsivo y lo cómico, lo abyecto y lo noble, lo monstruoso y lo magnético, lo terrible y el placer, proponiendo un umbral que trascendiera lo extravagante o lo fantástico de sus inicios.
Esta ambivalencia se recoge en la literatura grotesca como refiere el artículo Rebeldía y grotesco en la literatura del blog Nido de libros2:
«(…) En realidad, el grotesco es una experiencia estética que produce reacciones encontradas en el espectador, una exquisita mezcla entre rechazo y otredad, a la vez que fascinación y goce. (…)
El grotesco se sublima en esa percepción de que aquello que debe permanecer separado, aquí se fusiona en una experiencia que causa tanto repulsión como fascinación y precisión. Así, el grotesco revela que no habría otra forma de representar aquello en cuestión.(…)»
Precisamente es por ese carácter ambiguo por lo que podríamos situar lo grotesco allí donde el lenguaje no se ancla ni parece tener alcance, y donde la risa se convierte en vehículo de la transgresión. Es su lugar uno inexistente, un choque en ausencia de soporte que es su hueco-abismo.
A partir del s. XVIII, como recoge Watelet en su Dictionnaire (1972), la figura grotesca se define como «una figura cuyo proporción y construcción está contrahecha o es ridícula», de modo que el significado de esta categoría va perdiendo su sentido de ornamentación desmedida, acercándose a a la sátira y la caricatura. La risa se convierte en el vehículo para la burla ante la ridiculez del ser humano; la risa que no alivia sino que nos priva del sosiego.
Dice Victor Hugo en su Prefacio a Cromwell (1827):
«En el pensamiento de los modernos, por el contrario, lo grotesco desempeña un papel
importantísimo. Se mezcla en todo; por una parte crea lo deforme y lo horrible, y por
otra lo cómico y lo jocoso».
Ya en el s.XX con la llegada de las vanguardias se produce una revalorización de lo grotesco, vivido con especial énfasis entre los artistas del movimiento surrealista, debido a su carácter transgresor y subversivo y su potencial transformador.
Lo cierto es que el grotesco moderno va más allá de la transgresión pues pretende suprimir los límites entre los opuestos, poner en entredicho la normalidad, acercando los contrapuestos y creando un espacio de juego o maniobra donde se evidencie aquello tan difícil de nombrar, siempre hibridando los contrarios, sin negar ninguno de ellos.
Es ineludible mencionar la inherencia de lo grotesco al cuerpo humano. El aparato excretor o el reproductor, uno produciendo secrecciones y excrementos, otro permitiendo el nacimiento y la regeneración, establecen esa unión indisoluble que genera un universo donde la escatología, lo informe y lo abyecto orbitan alrededor de lo grotesco.
Podríamos decir que la característica más definitoria de esta categoría es hacer patente el carácter limítrofe de la realidad, cuestionando aquello que establece la normalidad, pues permite trazar una pasaje entre lo permitido y lo prohibido, el monstruo y la maravilla, un lugar de transformación que solo existe a partir de la tensión entre contrarios; una zona liminal.
Es la obra Mester de Bastardía (1977), del chileno Manuel Silva Acevedo un ejemplo de literatura dónde lo grotesco se manifiesta. De ella dice Carmen Foxley4:
“ (…) En esta lectura me haré cargo de la manifestación de lo grotesco en términos de condicionamiento básico de la focalización textual, y particularmente, de la mezcla y alteración del orden de la naturaleza, de las convenciones culturales o del discurso, las metamorfosis de seres o cosas, de los excesos monstruosos en la manipulación del poder y dominio de algunos seres sobre otros, aspectos que se despliegan enlos poemas en los ámbitos intercambiables de la palabra y el sueño, la realidad y la imaginación. (…)”
1 Las categorías estéticas que se analizan de manera descriptiva, son una aproximación para descubrir la gama del valor central de la belleza. Se busca otorgar una visión panorámica de los valores en el campo de la estética y su vinculación con el arte.
2 Rebeldía y grotesco en la literatura (2020). Recuperado de https://nidodelibros.com/rebeldia-y-grotesco-en-la-literatura/
3 María Duarte (1990), Lo grotesco en el surrealismo. Recuperado de https://doi.org/10.12795/pajaro_benin.2017.i2.06
4Foxley, C. (2016). Lo grotesco. La bestialización y el amor. La poesía de Manuel Silva. Revista Chilena De Literatura, (35).
Marisa Bello
Consejo editorial Anfibia