Rosana Acquaroni

De La Casa Grande

LLEVO ALOJADA EN EL CORAZÓN
una bala de plata.
La misma que mi madre
no supo disparar.

DE LA CASA GRANDE
solo recuerdo aquel armario blanco
encallado en aquel largo pasillo
como en un río encajonado y pedregoso.

Un útero vacío que no sangrase nunca
y alumbrara por dentro.

En su interior
entre sábanas perfumadas
mantelerías de hilo
y toallas de rizo americano
mamá nos escondía bajo llave
las fotos y las cartas de aquel desconocido.

Canoso y trajeado,
era un hombre elegante
de facciones sureñas
que imantaba mi cuerpo,
lo llenaba de lámparas,
con aquella sonrisa
sonora y reflectante.

Eran fotos de estudio
siempre de medio cuerpo
–su corbata ejemplar,
el chaleco de ante abotonado,
ligeramente abierto–.

Yo entraba en ellas
como en un oleaje sin retorno.

Me imaginaba dentro
de aquella madre
rebosante y eterna
que siempre estaba huyendo.

Me encarnaba en tu piel
me infiltraba en tu sueño de tálamo escindido
de camisón secreto.

Después llegaba él
y yo lo acariciaba
con cada uno de tus dedos
que eran lentos navíos
penetrando aquel hielo.

Él sigue allí
a veces puedo verlo apostado en mi infancia
–cada vez más ajeno–,
mirando hacia el balcón de nuestra casa
mientras un limpiabotas
                                           le lustra los zapatos.

LO VI SOLO UNA VEZ.
Tendría cuatro años.

Sentada en sus rodillas
sentí la claridad
devorando mis manos.

A qué colegio vas

mamá me sonreía,
yo jugaba a escucharos
colmando con azúcar
                vuestras tazas vacías.

Acaso fuera él
quien quiso conocerme
(o tal vez fue mamá la que quería).
Un hijo puede ser la prueba irrefutable,
la mejor garantía de haber pasado página.

Voy a hacerte un regalo

y sacó del bolsillo aquel estuche
como un féretro blanco
que brillara en la noche.

Fue mamá quien me quiso
abrochar la pulsera.

Campanitas de plata sonando con mi cuerpo,
tintineo fugaz
que a veces me despierta.

(Cuando nos despedimos
quiso que le besara en la mejilla.
Pero se hacía tarde para volver a casa).

de 18 Ciervas

1
Vi la cierva que el bosque
eligió para mí como encendida
quietud tras el ramaje.

No me atreví a moverme.

Mi corazón cosía sus pedazos
de piel entre las hojas.

Solo un perfil mostraba.
Era un ojo que mira
como un hueso de níspero
flotando en el estanque.

Me habló mientras la nieve
                  se cubría de pájaros:

—Hay que vivirlo todo—.

Y en su hocico de musgo
temblaba un avispero.

Después,
suspendido ya el tiempo
atrapada en el ámbar del instante
levantó la cabeza
                    –su tronco moteado,
sus cuatro extremidades–.

Desde entonces
                             me digo la verdad.

Cada mañana vuelvo
a la senda vacante
por ver si ella me aguarda.

En las horas de insomnio
siento su lengua que me arde
como un alga en la cara.

Ya me vence el cansancio.

Pero si ella regresa,
si la cierva viniera de nuevo a mis oídos
yo les pondría fin
                                 a estas palabras.

NO SOY LA QUE BUSCABAS.
Tampoco eres el hombre
que alguna vez soñé.

Así que ya podemos
amarnos sin certeza
                                     ni linaje,
sin tener que alcanzar los objetivos
los targets de mercado,
haciendo este equilibrio
de cornisa varada
               de mascarón de proa
de vértigo
                  suspendido
                                       en el alambre.

AL RETIRAR LOS MUEBLES DE UNA CASA
el espacio que vemos
                                         nos parece pequeño.

He regresado al piso
donde viví con él veintiocho años.

Nada que nos estorbe.

Hay un peso en el aire
de objetos que no vuelven,

hologramas sin luz
mi mano los recorre
                 y el polvo se levanta.

Atravieso el vestíbulo,
               espío a una mujer
que ya no reconoce el eco de sus pasos.

En el patio de luces
las palomas se posan
                      en la ropa olvidada.

Mira
cómo se van borrando                  las estancias
y desfilan                  los rostros
                                                         y los nombres
                                                                                  que una vez conociste—.

Quiénes sois
a qué venís ahora

Entra en el dormitorio de tu hijo—.

Bajo el dintel están todas sus marcas
de crecimiento.

Cuántas veces
le atusé aquel flequillo con el lápiz
sintiendo la impaciencia
de un cráneo que crecía
                                         y suturaba
las tiernas fontanelas
para saldar su infancia.

Se está haciendo de noche.

Una casa vacía ya en penumbra
se convierte en un templo
—.

Hay una cierva blanca en mitad de la alcoba.
Le pregunto qué busca
me señala el sillón
                                donde él se arrellanaba.

Tendrás que recordarlo—.

Hay cal enmohecida y nieve amontonada.
Alguien sigue temblando en los armarios.

Busco
como busqué una vez en otra casa
el cuerpo ya sin vida
                                    de mi padre.

El sexo desvalido
                             con su sábana intacta
envoltorio que esconde el caramelo
que jamás te atreviste a descubrir—.

Quizás llegué hasta él
huyendo
              de la muerte.

Y ahora quiero decirles
              a los nuevos propietarios
que las marcas de un hijo no se venden.
Arrancaré las jambas,
desarmaré pestillos,
me llevaré las tardes en que ordenábamos juguetes
al volver del colegio.

Hizo falta vaciar toda la casa
para acallar las voces
—.

Voy
         a cerrar
                       la puerta.


fotografía: PEPO PAZ SANZ

Rosana Acquaroni (Madrid, 1964)

Rosana Acquaroni es poeta, filóloga hispánica y doctora en Lingüística Aplicada. Ha publicado Del mar bajo los puentes (1988) accésit del Premio Adonais de Poesía; El Jardín Navegable (1990 y reeditado en 2017, Torremozas), escrito con una Beca para la Creación Literaria otorgada por el Ministerio de Cultura; Cartografía sin mundo (1995), galardonado con el Premio de Poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad; Lámparas de arena (2000); Discordia de los dóciles (2011, Olifante); La casa grande (2018, Bartleby Editores), Premio al Mejor Libro del Año en 2019, otorgado por el Gremio de Librerías de Madrid y que recibió, además, una mención especial en los Premios Ondas 2020, por el podcast De eso no se habla, Episodio 1: “Preguntan por ti”: https://deesonosehabla.com/episodios/episodio-1-preguntan-por-ti/ . 18 ciervas (2023, Bartleby Editores) es su último poemario.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

You May Also Like