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ANTERIORMENTE EN LA MUJER-CADÁVER…
En la escena del crimen una mujer, la mujer-cadáver, ha de permanecer intacta.
Aunque todos quieren ver a la mujer-cadáver.
Aunque nadie quiera ver a la mujer-cadáver.
(…) se podrá ejercer la observancia, en un lugar de sosiego, un solaz funerario donde las despedidas se dicen en silencio, y donde las miradas reposan cabizbajas con gran delicadeza. (…)
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PARTE II. LA CAZA ES TODO LO PREVIO Y POSTERIOR A LA MUERTE DE LA PIEZA.
Mover dentro los globos oculares creando manchas, los dedos de los pies todos al tiempo, el cuerpo está tan lleno, tan rebosante. Ideas que se mueven por los brazos y brazos extendidos en la mente, la carne fue otra cosa, eso pensaba.
En un altavoz interior, reverberando en las paredes craneales de la mujer-cadáver, suenan las consabidas instrucciones:
“Es protocolario mantenerse dentro del perímetro del vedado.
Faciliten al cazador, faciliten su propósito.
Son ustedes animales con propósito: convertirse en -permitiendo el disparo, dejándose apuntar- un blanco más preciso; sitúen un órgano vital en la trayectoria de la bala, faciliten pues el objetivo.
Déjense regular.
Su misión es mantenerse dentro del área restringida a tal finalidad.
Cada parte ha de cumplir su parte. Entréguense, denles un sentido a sus partes, hagan lo propio.
Sitúense en un lugar visible: un promontorio, un cerro, allá donde incida el rayo lumínico de media tarde, donde irradie el plenilunio, frente al aullido de la manada que se acuna a contraluz.
Un final apoteósico para una vida completa al servicio del animal.”
Nos referiremos al criminólogo como sujeto-inspector, el que dilucida (agente de la luz). El sospechoso será denominado sujeto-ojeador.
Se inicia la identificación del sujeto-ojeador.
Por un lado, el cotejo de huellas en busca de su dueño; por otro, el interrogatorio de testigos presenciales posibles de los hechos. Por ninguno, los motivos -todavía-.
La biometría, la balística, la toxicología, el ADN, la bioquímica … ha de estar al servicio de la justicia, los saberes al servicio, los elementos probatorios al servicio, la ciencia al servicio.
Este es un servicio al ciudadano: un presupuesto para la vigilancia y el escrupuloso cumplimiento de la ley (el uso controlado de las armas -el monolito de la violencia -no lo habíamos mencionado).
¡Qué tan imprescindibles las pesquisas, el trabajo de campo, el laboratorio! ¡qué tan elemental para el desempeño de la labor criminalística!
Y es que lo invisible solo desea la evidencia: su desvelo. La mayéutica de las sustancias las inicia: el parto, la transmutación de los orines, las drogas, los fluidos.
La alquimia de la fatalidad las finaliza.
La relevancia del agente de la luz es colosal en su extrema y precisa labor extraordinaria. Y las preguntas se afilan en el punto ¿se hace o nace el inspector, el detective?, ¿podría cometer su propio crimen?, ¿podría estar él mismo en entredicho?
¿Devendrá en animal más adelante tan expuesto como está a la violencia? ¿Hablamos de conflicto de intereses si obra como autor y se investiga?
Se vienen dibujantes, las descripciones de los testigos se bosquejan. “Diría que su pelo era más corto”, “el labio superior quizás más fino”, “los globos oculares prominentes”. Se muestran los bocetos.
El sujeto-ojeador ya se perfila.
El sujeto-ojeador ya se traslada.
Las preguntas se formulan y diremos que se muestra algo afectado. No sufre lo indecible, eso parece.
El interrogatorio se vuelve tegumento, la trama delictiva es, sin quererlo, asepsia programada: parece que el sujeto investigado despliega sus razones.
El testimonio del sujeto-ojeador es la norma de la caza controlada, su escrupuloso cumplimiento:
Él, el cazador, ejercerá este baile lineal, de ritual iniciático y prolongación de cada uno de los miembros.
El ejercicio rítmico, acompasado, un entreno entre los dientes, entre la persecución y el ansia, se producirá, no sin antes una serie de instrucciones esenciales -siempre sí, antes de obrar-:
Conozca la legislación cinegética, la normativa ambiental.
Conozca las modalidades, la homologación de los trofeos.
Conozca las infracciones, la variedad si es que hay delito.
Conozca bien el bien, el mal, el acierto, el error.
Repetimos pues siempre es prescriptivo:
Mantener el perímetro del vedado. Mantener el perímetro del vedado.
Mantener el perímetro del vedado. Mantener el perímetro del vedado.
- Dispare solo en la zona acotada, dispare solo dentro de sus términos. No desvíe la descarga fuera del contorno –usted no, usted no se preocupe por las armas -. Los límites se recogen en el propio cuerpo de la presa, también en la propia empuñadura del arma.
- Respete la temporada, las fechas le permiten disparar. (Insistimos: no dispare fuera de las lindes).
- Ayude a regular la población.
- Permítase dar rienda a los instintos, recupere lo ancestral del movimiento.
- Apunte siempre a un órgano vital. Procure aprovechar después el cuerpo. –usted no, usted no se preocupe por las armas-.
- Ayude a regular la población.
- Es fundamental trazar con contundencia los planes de gestión cinegética, tenga en cuenta todos los instrumentos.
- Materialice, haga compatible la caza y la conservación, la caza y la paciencia, la caza y el disfrute, –usted sí, usted se congratula -, la caza y la detonación, la caza y la paciencia.
- Ayude a regular la población.
- Permita los paréntesis de fuego, así se reproducen las especies, se conservan. No merme el beneficio de los trozos de la presa.
No es depredación -las presas se complacen, las presas no se asustan-. Se trata de cultura, se trata de un enlace: instinto y raciocinio en comunión, no solo una emergencia si bien el peligro siempre está presente, no confíe plenamente en los pasos de la presa. - Observe y atienda a: dietas, patrones, refugios; la huella, el excremento, el rastro; el equipo, el arma, el calzado; el arte del sigilo; la munición, la observancia, la paciencia. Y la coreografía de la captura, el tiempo de la veda.
- Son varias las opciones, son tantas las maneras. Decántese por una, valore lo más propio, no descarte por capricho. Ayude a regular la población.
La mujer-cadáver escucha la voz, la propia reverberada en madera de pino.
Qué clase de mujer habría sido, qué aire respiré si darme cuenta.
Por qué fui cavidad tras la carnaza. Ahí seguían todas las preguntas.
La mujer-cadáver decide incorporarse.
PARTE III. JUICIO Y/0 JUSTICIA.
Procedimiento abreviado, juicio oral número 14, barra 2003.
Se declara abierta la sesión / Todos en pie / Con la venia.
La sala está llena de puntos suspensivos.
La defensa llama a la defensa. La huella real se mueve en los flashes de la mujer-cadáver y ahí empiezan los alegatos. Los testigos que atestiguan la imprecisión de aquella noche, la mezcla de los hechos; enuncian entre otras, estas frases:
– Vestía un traje negro, yo diría.
– Le vi como saltó, no estoy segura.
– Quizá el nerviosismo me hizo confundirme.
Se especula con los preámbulos, se prologa el delito: la presencia de una hipótesis, los cabellos pronunciados: la amortiguación del proemio.
Se introduce un relato que permita entender si es posible que el hombre no pudiera evitarlo, si es posible que el hombre se sintiera impelido, si es posible que el hombre ese día tuviera un dolor muy agudo en el colón transverso, si es posible o probable renegar de los tintes.
“Pues sabemos que el hombre salvo en días alternos no es capaz de evitarse. Con el cuarto menguante, con el viento del cierzo, con los dioses olímpicos desplazándose en carros que alinean planetas y desfilan conjuntos, solo entonces los genes ya no aplican al cuerpo y el instinto se calma”.
Esto dice un experto.
–Él habla como debe, se porta como debe, no debe nada a nadie, no bebe, no se pierde, todo él es transigencia; un hombre tan solvente, que habita cada traje y no lo mancha.
Esto dice el letrado.
La mujer-cadáver decora la sala: las fotos de petequias, las marcas de arañazos, el enrojecimiento. Sus rasgos cubriendo de viola las paredes.
La defensa se detiene en aspectos de curiosa envergadura: la marca de su coche, el precio del abrigo, los ojos subrayados, la talla de sus pechos retenidos, la crema que hidrató sus circunstancias, el hilo de legumbres de su cara.
Protesto, protesto, protesto. La fiscalía se remanga.
De pronto una noticia desconcierta: la mujer-cadáver bajo la organza, su inmaculado rostro-caramelo y su estampa embalsamada no están donde debieran: la caja de pino es ahora un recipiente sin sepulcro, perplejidad de féretro vacío; es ahora, no el silencio de la prueba de la muerte, es ahora el silencio de la ausencia de la prueba de la muerte.
Nadie entiende el hueco sin difunta, qué se va a transportar si es vaporoso. La prueba irrefutable ya no existe: no hay cuerpo del delito, la prueba fehaciente del hecho criminal no puede contemplarse, no queda la evidencia que pueda asegurar el hecho consumado.
Trasmutada en mujer-no cadáver, en mujer-no mujer, en no cadáver-mujer, en no-cadáver-no mujer, la mujer-cadáver se transmuta en negación de su negación.
Pues ella que ha escuchado voces de mujeres-cadáver alentando la huida, ha afinado el oído. Con las uñas limadas y las piernas peludas, por detrás en la espalda aplastados sus rizos y un colgante de plata con el cierre de perro que le muerde la nuca, ha erguido sus partes y con ellas se ha ido.
Marisa Bello
Consejo editorial Anfibia