Esta pieza se enmarca dentro del 25 aniversario de la Asociación LA LUCIÉRNAGA de Villanueva de los Infantes, construida expresa y únicamente para las jornadas artísticas que tuvieron lugar en Julio de 2024. Se pensó para el claustro del convento de Santo Domingo de la misma localidad pero terminó ocurriendo (oníricamente, sin duda) en el espacio más amatorio de cuantos he trabajado en este país, la Alhóndiga de Villanueva. Si bien todo este párrafo pertenece a la parte más técnica e histórica, cabe decir –honestamente- que realmente esta pieza se enmarca más bien dentro de la amistad, de recuerdos compartidos y de concordias ulteriores. Un poeta llamado Ramiro, que pertenece a la organización de la asociación, consideró que podría aportar un mirar con mi trabajo teatral, al tratar de imbricar la poesía dentro del cinturón invisible de lo escénico.
Y así fue, LAS MANSIONES LÍQUIDAS se deshilacharon creando hebras entre el espectador y la búsqueda del sentido mismo.
Una suerte, sin duda, entrar dentro de estos marcos afines.
David Vélez (Torre de Juan Abad, 1981)
David Vélez nace en un pequeño pueblo del Campo de Montiel, Torre de Juan Abad, el mismo año de aquel golpe de Estado, en el mismo día que intentaron matar a Karol Wojtyla y siendo el tercer varón, cosa que no entusiasmó a sus padres, quienes soñaron con una mujercita. Estos cuatro factores -su pueblo, Tejero por ahí dando tiros, Ali Agca disparando a Karol y el deseo familiar truncado por culpa de su género-, configuran su enrevesado e intrincado carácter, tremendamente dicotómico. Debido al negocio familiar, la restauración, desarrolla su estética entre tardes de fútbol, de toros y de cervezas; entre poetas venidos a menos y borrachos; entre tubérculos polvorientos y pollos asados con aromas a cerveza Águila y a cítricos. Desarrolla una sexualidad impulsiva y frustrante. Es incapaz de dejar de correr, dando vueltas a un campo de fútbol, consiguiendo correr tres campeonatos de España de Cross, pero su entorno dilapida su carrera.
De esta guisa aparece en Madrid, sin necesidad ni motivación alguna. Encuentra Madrid como una respuesta espejo de su psicología, siente la ciudad colapsada e inundada de angustia. Es el momento de vagar por la Complutense estudiando Filosofía, de trabajar en discotecas por la noche y de estudiar teatro en la RESAD…
La angustia se convierte en una espiral dantesca que no le abandonará jamás.
Toda su formación pasa por el filtro de su pesadumbre intelectual, de su infancia perdida y de su nihilismo espiritual. Entre tanta tiniebla, descubre a Balzac, a Ernst Bloch, a Dostoievski, a Blasco Ibáñez, a Martha Nussbaum, a Brecht, a Niezstche, a Kantor, a Pina Bausch, a Grotowski… ¡Ahí encuentra el oxígeno para responsabilizarse de una vez con su vida!
Logra hacer cosas: trabajar como escritor en una empresa de publicidad, crear eventos a gran escala en varias localidades de España, programar dos espectáculos en el Avignon Festival Off, participar en varios festivales de teatro nacional, ganar múltiples premios (en teatro, poesía, cocina y pedagogía), publicar novelas, crear una editorial, abrir un pequeño restaurante.. pero nada le llena tanto como su apasionamiento por la resurrección: consigue rehabilitar un cine abandonado y convertirlo en un increíble Teatro. Tan increíble que le otorgan el Premio Arcos de AMITHE en 2019. Aunque tras este aluvión de hermosura, llegó la podredumbre del ser humano. Un despecho amoroso le arrebata su preciado templo.
Sin embargo, y como es la vida para quien no se enmascara, encuentra el camino que venía buscando desde que aterrizó en Madrid: un lenguaje propio, una estética identitaria y la paz, su propia paz.
Lo demás es cuestión de vanidad porque está convencido de que nada puede decirse de uno mismo, más allá de los hechos.
¿Cuáles son los modelos de artistas que te dieron ganas de crear y de crear de esta manera?
La verdad es que no he tenido modelos artísticos, al menos a priori. Yo comencé por rabia y por agotamiento. Mi familia regentaba un bar-restaurante. Una noche de fútbol, Atlético de Madrid-Barcelona, un pájaro se jugó a su mujer a que el Atlético vencía. El otro pájaro se comenzó a reír, diciéndole: «Me voy a acostar con tu mujer mientras lloras por la derrota.» Evidentemente, lo dijeron de un modo brutal, no literal, supongo. Pero escuchar aquello con quince años y teniendo como amigas a las hijas de ambos, me reventó la cabeza. Como se acercaba la Semana Santa, decidí hacer algo: idear una acción para denunciarlo, apostando por la libertad y el respeto a cada uno. Los del Atlético eran los ateos; los del Barcelona, cristianos; el tumulto portaba una luz que simbolizaba a Dios; finalmente había dos personajes más, una mujer que destruía la imagen de Dios -esa mujer era Niezstche- y un bufón, yo (supongo). Me tiré mis quince años leyendo Así habló Zaratustra, al que sigo leyendo, y al que trato de comprender… El caso es que aquel bufón imponía paz al tumulto cuando éste se abalanzó sobre la asesina, tras romper la luz (que era una bombilla). Aquello fue un éxito. Principalmente porque éramos jóvenes y tuvimos el arrojo de representarlo en la plaza del pueblo tras la procesión de Jueves Santo, apagadas todas las luces del pueblo y solo iluminando la escena con antorchas…
Aquello no tenía intención de ser nada, ni de prolongarse en el tiempo. Era rabia y grito tan solo; angustia materializada en un forma cualquiera… Podría haber degollado un ciervo o un caballo sonando los himnos de esos clubes de fondo pero era Semana Santa en mi pueblo… debía articular con la palabra y, sobre todo, debía hacer legible mi mensaje. Lo conseguí, supongo, porque al cabo de un tiempo adopté la forma escénica para dar salida a mi rabia. Los que hemos nacido en los márgenes no hemos tenido la posibilidad de la caricia, ni del intelectualismo ilustrado. Por eso no hay referentes, creo, a priori. Quizás por ello surge lo dispar y lo híbrido en mí, pegándose a mi imaginario artistas, u obras a posteriori, los cuales nombro sin sentido epocal sino del modo que vienen a martillearme cada vez que trato de contar la costra de un mundo, el mío, que es como, últimamente, defino a mi acción estética: Caravaggio, Goethe, Eurípides, Living Theatre, Vajtangov, Grotowski, Balzac, Mark Ryden, Walter Benjamin, Meyerhold, Pina Bausch, La Torá, La Biblia, Foucault, Spinoza, Jorge Freire, Niezstche, Hans Zimmer, Erik Satie, Wagner, Thomas Ostermeier, El Greco, Dimitris Papaioannou, V8, Peter Brook, danza folclóricas, recetarios de comida popular, Miguel Hernández, U. Eco, Valle-Inclán, F. Nieva, Michael Hussar, Estrella Morente, Lola Flores, Rocío Jurado… (y todxs lxs susceptibles de ser trampolín…)
¿Ejercitas la imaginación o simplemente el hallazgo ocurre? Si la ejercitas, ¿de qué modo? Si simplemente ocurre, ¿qué cosas la disparan?
Es tan compleja y seria esta pregunta que voy a tratar de ser escueto porque ya en esta aparente contradicción está la respuesta. Acudo al momento de creación con un mapa somero, tan extenso e intenso intelectualmente que, segundos después de coger un lápiz (últimamente escribo a lápiz) o segundos después de comenzar un ensayo, consigo arrojarme al vacio, abandonar mis ideas y confiar en que la propia intuición rescate el hallazgo que ocurre ante mis ojos presentes. Un hallazgo que es un fragmento sutil de una narrativa comprimida e intensísima.
Quizás es lo que decía Todorov acerca del Yo abstracto. He conseguido controlar mi inconsciente y usarlo a merced del hecho creativo, seleccionando movimientos y palabras que bien no sé el porqué. Más tarde, cuando vuelvo al reposo, todo lo seleccionado, cada fragmento minúsculo, es unificado en el plano de la conciencia, casando perfectamente con el orden estético marcado en el mapa, aquel ejercicio intelectual previamente realizado. Es decir, todo lo constriño al mapa.
Durante la búsqueda en el proceso de trabajo de actores o de mi propia palabra, trato de trabajar con un fundamento: la Contradicción Coherente. Es alucinante vertebrar la posibilidad de la ruptura durante el trabajo. Al final todo el mundo ansía una vereda sin obstáculos pero lo que nos diferencia es la solución de los problemas. El artista debe provocarse problemas, no alienarse, no supeditarse, no estar cómodo y así explorar su personalidad explotando todo sus matices.
En el 2008 tuve que escribir un sistema de trabajo para no perderme entre las hebras de la magnitud. Ahí aglutiné a Artaud, Grotowski con Deleuze y Guattari, entre otros, claro. Lo llamé Síntesis Cero, una metodología para narrativas fragmentadas. Aún sigo estupefacto con aquel ensayo y perfeccionándolo con la experiencia. Está inacabado y espero que siempre lo esté…
¿Cuál es tu diario de lecturas, tus referentes, poéticos o no, en estos momentos? ¿Qué ecosistemas artísticos, lugares escondidos o secretos nos querrías recomendar?
Me fascina la filosofía porque soy incapaz de leerla sin sentir un traslado físico. Con la novela, poesía o teatro no me pasa. Es curioso. Para mí un traslado es viajar en el tiempo matéricamente, sintiéndolo con mi cuerpo, soy incapaz de comprender a Spinoza sin su contexto y su movimiento histórico. Entonces me adentro con una intensidad en él que es fascinante. Lo imagino hasta tal extremo que formo parte de su vida, como si estuviera dentro de su cotidianidad, como en una película dentro mi cabeza y dentro mi cuerpo; con la novela imagino con potencia, pero mi cuerpo no se estremece, es solo mi cerebro; con la poesía y el teatro, tengo un pensamiento frío y metódico, no los puedo leer sin analizar su arquitectura, para desentrañar el misterio que hay tras el arrojo poético, que es, sin dudarlo, un defecto de profesión.
Siempre trato de estar en las tres vías y enhebrarlas: leer filosofía, novela y poesía o teatro a la vez. Lo que suelo hacer es indagar qué es aquello que se comparte de un modo atemporal. Por ejemplo, leer Las cartas del mal de Spinoza-Blijenbergh, conectarlas con Cumbres Borrascosas de E. Brönte y vagar entre las obras de Eurípides, Jean Genet o Baudelaire. Así creo ecosistemas –me encanta la palabra que habéis elegido- para crear un fundamento que pueda amplificar mi presente. El presente siempre termina aburriéndome. Necesito encontrar algo –que bien no sé el qué pero que me mantiene en alerta y movimiento- que me transporte al pasado y que me conecte con este punto frágil de la historia que soy yo, que somos cada uno. Indagar la matriz de algo en lo que no creo, como es la evolución del pensamiento a lo largo de la historia. Esto me fascina.
Si las ideas no evolucionan, como así parece, no podemos más que aceptar la destrucción del pensamiento social, tras hacer del lenguaje un uso mecánico/tecnológico, no vital. Por tanto terminaremos haciendo una poesía más llena de silencios y vacíos. La verdad se encuentra fuera del lenguaje. Será clave el silencio, será clave el vacío. Ya lo vislumbró Harold Pinter, J.A. Valente…, ya lo dejó escapar Gloria Fuertes con su aparente frivolidad estética y parece que Jorge Freire ha hecho un tratado sobre el cuidado del lenguaje. Si leemos Eichmann en Jerusalén de H. Arendt, desde el concepto de la destrucción de lo social a través del lenguaje como mecánica y/o tecnología, Eichman habla de un modo casi romántico del otro, de sus funciones y sus pasiones, del amor por el orden o de la estructura política… pero, ¿acaso estos temas no tienen su epicentro en el preciosismo de las utopías renacentistas? Hoy día, con el uso del lenguaje podemos mentirnos de un modo mayúsculo en comparación con el pasado.
¿Cómo vives la parte nada poética de la difusión de tu obra?
Con horror. He tenido tan mala suerte en el campo de las editoriales o distribuidoras que finalmente, como soy un empedernido empresario de causas nobles -bien cabría decir pobres-, abrí mi propia editorial y me distribuí como buenamente pude. Combiné mi labor performativa con mi labor de escriturador y las cosas no están saliendo del todo mal. Al menos, van a un ritmo que se adecúa al ritmo en el que mi salud mental y laboral me permite ser lo mejor en cada presentación.
¿Qué animal/organismo vivo te gusta más?
Sin duda, el coral. Propongo crear una Fenomenología del coral y llevarla a la ópera.