Durante dos años solo he tenido el valor para leer
historias macabras.
Angélica Liddell
Pienso mejor mientras viajo en autobús.
En la ventanilla pienso cómo pensar en hacer un homenaje
breve
una chispa
algo chiquitito de autobús gratuito en día de fiesta
un jet de agujero negro que te taladre la mente y te rompa los tímpanos.
Un jet un blitz un qué sé yo cómo
algo extraordinario como una flor de coliflor pensante y casquivana
algo extra-ordinario sobre alguien extra-ordinario
algo sobre Angélica Liddell.
Nota1: ahora mismo me tienta desistir.
Nota 2: afortunadamente en ventanilla me asalta un poema de Cecilia Pavón:
Una poeta que me gusta habla de cosas espirituales
como si fueran concretas.
Con cosas espirituales me refiero al diablo y la tribu de
Acher y a rituales
con fuego y canela.
Cosas así.
Ella las nombra como si fuesen reales,
sin distancia, y ahí
reside su maestría.
Ella bajó al pozo de la muerte
y conoció de verdad al Enemigo -con mayúscula-,
es decir, al diablo.
No habla Cecilia Pavón de la Liddell, pero ella, la Liddell, tiene poemas como este:
¿Qué es eso del plato?
Pulmones.
¿Pulmones?
Sí, pulmones.
¿De qué animal?
¿Animal? No me hagas reír.
Mi viejo profesor de anatomía estudiaba los esfínteres del cuerpo humano, a saber, el píloro, el esfínter bucal, el esfínter de Oddi, el orbicular de los párpados, el esfínter de Santorini, el esfínter anal. ¿Pulmones? ¿En un plato? Será una broma, hubiera dicho. ¿Cómo he llegado yo hasta aquí?
Para Susan How, en el verso “Mi Vida ha sido — un Fusil Cargado —”, Emily Dickinson «se pone la máscara de lo diabólico para hablar con la voz del destructor». Como Emily Dickinson, Angélica Liddell se viste, ¿o se desviste?, de poeta de la oscuridad.
Todos los hijos que tú engendraras en mi vientre
morían dentro de mí sin ni siquiera haber visto la Luz.
Algunos fetos esperarían al siguiente feto
y lucharían entre ellos,
y se devorarían mutuamente,
caníbales ya desde mis entrañas,
hasta que una vez hechos pedazos
la sangre chorreara a litros por la cloaca sexual,
unida a la cloaca de la preproducción,
igual que la transgresión se halla unida a la ley
Y yo sonreiría y diría,
él los engendra dentro de mí
y antes de nacer los mato,
los mato,
y lo diría sonriendo.
Angélica Liddell, la dramaturga, la poeta, la desveladora de infiernos, la chamana del horror, ¿nos ofende?, ¿nos mata de asco? A mí me mata de admiración y ganas de imitarla. Bajo su sombra volcánica y germinativa escribí:
«Ayer pillé a los vagos de la morgue en la esquina donde mejor se duerme. Los vagos, por no hacer, ni se hacen con un buen par de gafas de dioptrías actualizadas. Lo único que tienen claro es que nunca se llevarían a casa las trifulcas del trabajo, ni las costillas en formaldehído, ni los cientos de moscas que salen de los envases de muestras a la que te descuidas.
Lo de ayer con el director y los vagos no me lo quito de la cabeza. Ni eso ni la imagen del bote vacío, ¿quién robaría algo así? Tampoco el cuerpo de la niña sobre la mesa de autopsias. Yo pinto contra los demonios, a favor de los demonios, en medio de ellos y ayer me había salido muy lindo el dibujo, con su lacito rojo. Lo he tenido que pintar boca abajo para que no viese lo que se le venía encima. Ayer los ángeles no despegaron las alas; no podían ante un bulto tan inútil como abusado».
Es cierto que la terminología médica puede resultar profundamente poética, valga este poema de Juana Castro como ejemplo:
Son grandes y son lentos como dos
proboscidios. Se caen
cada día cien veces de su tierna rodilla
zamba. Yo les doy
de beber, les unto
de pomada y de aceite
la piel roja del coxis
y a las doce los pongo en el balcón.
Habla y habla el uno sin parar
una lengua de trapo
y de esponja
y de agua,
mientras el otro —la otra—
se atora con su propia campanilla.
Pero lo de Angélica Liddell es otra cosa.
El cielo estaba oscuro a causa de los tifones.
La espalda aplastada contra el suelo.
Y los labios aplastados contra los dientes.
El cuerpo acribillado de injurias.
El mundo platónico nos conduce sin saberlo por caminos apartados y solitarios.
Son las sendas de nuestros príncipes en busca de sus princesas.
¿Dices que la violaron y fue estrangulada?
Porque somos ángeles de carne, Angélica Liddell dispara y taladra nuestra carne de ángel que se querría transparente y sutil, pero que no lo es.
Dejé el torso un poco más de tiempo
separado de sus extremidades.
Lo lamieron los perros abandonados.
Después eché a correr
a cualquier velocidad.
Bajo su advocación oscura escribí:
«Dentro de la cabeza de la forense erudita todo es cerebro superior, aunque le escueza el formol, pero eso pertenece al ámbito sensitivo, no al poético. Un cerebro blando y superior, nada que ver con el abierto cráneo color rosa palo de la mujer borracha. ¿Por qué no hubo niños junto al cadáver? Nadie pregunta, nadie escuchó su tristeza.
[….] Es muy fácil, de manera retrospectiva, juzgar una vida. Manejar solo cuerpos te quita muchas preocupaciones, ras-ras los tendones, ras-ras una arteria poplítea supernumeraria, la vida misma, o la muerte, que es lo mismo solo que al revés. Ayer los ángeles no despegaron las alas; no podían ante un bulto tan inútil como abusado».
En ninguna otra forma artística el cuerpo humano —en su realidad vulnerable, violenta, erótica o sagrada— es tan crucial como en el teatro. El gemido del cuerpo en escena se extiende hasta el espectador que parece estar ahí para testimoniar un dolor, el dolor de un cuerpo vulnerable bajo amenaza, palabras de Hans-Thies Lehmann. El cuerpo debe herir y repugnar, debe ser corrupto y horrendo para hacer sentir culpable al espectador, palabras de Angélica Liddell. Me interesa el body horror, ese género cinematográfico que muestra intencionalmente lo abyecto, lo grotesco, la deformación, y que me parece una broma ante las prácticas de la cirugía “íntima” como la ninfoplastia, que consiste en reducir quirúrgicamente unos labios menores asimétricos o hipertróficos. Ciertamente, el teatro de Angélica Liddell llega a sobrepasar el límite de lo soportable, pero no aspira a la crítica sino a lo sagrado. Hay que tomarse el infierno en serio, afirma.
Al niño le bastan cinco años
para adentrarse en el bosque
y no volver a aparecer.
(No es el que tiene los calzoncillos
metidos en la garganta, es otro niño).
¿Tendrá la palabra poética algo que decir cuando nos acercamos a lo que no se puede representar? ¿Qué es lo tan terrorífico que no se puede representar? ¿Qué es lo cuesta tanto mirar de frente?
A unos quinientos metros de la frontera
encontraron el cuerpo del niño.
De cintura para abajo desnudado.
De cintura para arriba sin su casa.
Resumiendo, lo hallaron muerto.
Siempre habrá un retrasado
al que poder interrogar.
Yo supe de una mujer que quiso matar a su marido con monóxido de carbono en un garaje, y no lo consiguió; y le introdujo amoníaco y detergentes y pesticidas por la sonda nasogástrica en la unidad de cuidados intensivos, y fue atrapada en el intento. Angélica Liddell hace con ellos algo así:
Le ayudó a tragar los medicamentos
con un vaso de lejía.
Dejó una nota antes de ahorcarse
vestida de blanco y blanco,
orinando en el terraplén de la falda.
La calle se puede llamar Islandia.
Pone el dedo en la llaga, hurga el dolor, pero no dicta fríos informes periciales.
Veo que se ha cortado el tráfico
a causa de la muerte de un peatón.
Allí, por donde vives, muy cerca.
¿Serás tú? ¿Serás tú?
Ojalá consiga yo al fin descansar.
De acuerdo con Pedro Laín Entralgo, la historia clínica debe ser a la vez cinta cinematográfica, cuaderno de bitácora, relato bélico y biografía. Angélica Liddell escribe diarios.
Al entrar en la UCI esta mañana he visto a gente inconsciente, unos en coma inducido, otros convulsionando, otros emitiendo chirridos inhumanos, todos devorados. Ni rastro de intimidad, la agonía a la vista, ya no hay nada que esconder en un cuerpo que lo soporta todo, que lo teme todo, un cuerpo insoportable, un cuerpo que se niega a conocer su extinción. […] Me han dado 45 minutos para ayudar a comer a mi padre en mitad de ese infierno de seres retorcidos, agujereados, inflamados, jadeantes, babeantes, casi muertos.
Hay en la vejez una ascesis fisiológica que deja espacio a Dios en mitad de una carne y una mente devastadas. […] Ya no tenemos nada que destruir, el único enemigo es la propia vida, sangre y líquidos estancados, órganos putrefactos, cuerpos convertidos ya en pulpa animal, monstruosos, el espanto de nuestro destino biológico”.
“Llámanse venas profundas a las que corren por debajo”. Mis textos de anatomía humana, por más que sorprendentes, me parecen banales. Prefiero dejarme arrullar por ella.
Y morir desplomado
en una calle del barrio
llamada Los claveles.
Llegados a cierto punto,
llegados a cierta calle,
el mundo de la ciencia
se vuelve deprimente.
Arrullar o arrollar, una letra de diferencia, una escritura retorcida que obliga a detenerse, porque al dolor hay que mirarlo dos veces, aunque la incomprensión persista.
Bajo la falda unas bragas a modo de sudario
¿Por qué se las volviste a poner?
Para Rubén Espinoza «la poesía no es exclusivamente sonido, son historias, son caminos de pensamiento por lugares de nuestra mente que se sincronizan con el autor para llevarnos por lugares luminosos o terribles. […] El sonido frente al fuego nos ha reunido desde tiempos inmemoriales para escuchar esas historias de terror que seguramente jamás olvidaremos y que alimentan las pasturas de la yegua de la noche».
Sería gótico matar a tu familia
y salvar a uno de entre cinco.
Elegir entre madre y padre,
entre hermano y gemelas.
Otra vez consejo de administración.
Poesía para decir el trauma.
Caí rodando por una colina
y me frenó un montón de basura.
Entre los restos podridos
encontré los brazos de una niña.
La sigma de un sumatorio
entre dos limites definidos,
la demostración matemática
de tu supino desprecio.
Poesía para llegar a nuestro lado más oscuro.
¿Qué es lo que hace Adelita
cuando mea con papá?
Enséñale a mamá
cómo mueves el culito
cuando meas con papá.
(Escuchado un sábado por la tarde
en una cafetería
llena de matrimonios infelices).
Angélica Liddell accede a lo perverso, a lo monstruoso, al lado infernal de las cosas, no para generar terror, sino para hacer catarsis. Poesía como elemento defensivo frente al mal (Charles Baudelaire).
Lo echo de menos,
pero matarlo,
descuartizarlo,
no fue para tanto.
Entrar en el universo de una poeta es entrar en un universo extraño del que desconocemos el idioma, o más bien es un idioma que nos resulta extrañamente familiar pero que, en un primer intento, nos expulsa. Aun así, es bueno tener el coraje de entrar, porque el viaje que aguarda es el viaje al interior de una misma. Aunque a veces el interior sea un infierno.
EL SUELDO DE UN PATÓLOGO FORENSE
Que te den a probar mi músculo de vieja hipnotizada
y el salario de un patólogo forense
para que me comprendas del todísimo.
Te manzanarás, te gin de fénico
Córtame finita finita como la hoja de un libro.
Foliarás la extensión de mis resultados adversos.
Le di impotencia a cualquiera de mis partes.
No tengas miedo a leer a Angélica Liddell. Si penetras en su universo, no podrás abandonarlo y, tal vez, esto no es algo absoluto improbable, empezarás a pensar que todo lo leas después jamás merecerá tanto la pena.
¿Han muerto todos?
Si, los cuatro.
Me alegro de que no haya muerto sola.
Bibliografía
Ballestero, S. Mosaico de barr(i)o movedizo, Madrid, Editorial Piezas Azules, 2023.
Castro, Juana. Los cuerpos oscuros, Madrid, Colección Genialogías, Editorial Tigres de Papel, 2018.
Fernández Martínez, Sergio, Vejez y decrepitud en la obra de tres poetas españoles: Antonio Gamoneda, Juana Castro, Angélica Liddell, Siglo XXI. Literatura y Cultura Españolas, 2023.
Laín Entralgo, Pedro. La historia clínica. En Patología General. Fisiopatología y propedéutica clínica. Barcelona, Ediciones Toray, 1979.
Lehmann, Hans-Thies. Teatro posdramático, trad. de Diana González, Madrid, Centro de Documentación y Estudios Avanzados de Arte Contemporáneo, 2017.
Liddell, Angélica Trilogía del infinito, Segovia, La Uña Rota, 2016.
Liddell, Angélica Una costilla sobre la mesa, Segovia, La Uña Rota, 2018.
Liddell, Angélica Kuxmmannsanta, Segovia, La Uña Rota, 2022.
Liddell, Angélica Los barcos hundidos que te visitan (oro y más oro), Segovia, La Uña Rota, 2023.
Pavón, Cecilia. Diario de una persona inventada, Buenos Aires, Blatt & Ríos, 2023
Salomé Ballestero
Consejo Editorial Anfibia