CUADERNOS DE UN VENCEJO
Un vencejo, de media, vive unos cinco años.
Un poemario recién
publicado se olvida en pocos meses.
En cinco años lleva ya muchos años muerto.
Sólo es un ejercicio
arqueológico el de quien recupera
de vez en cuando alguna de sus páginas.
Apenas una anécdota que ríe la memoria.
Mientras un año más
los vencejos cincelan sobre el cielo sus lunas.
Y las crías recitan, temblorosas,
un primer verso que con emoción
les cuelga desde el pico.
Antes de continuar
escribiendo, antes de seguir volando.
En los vencejos viaja la poesía
que se muere en nosotros.
HIROSHIMA
El tiempo en Hiroshima avanza en bicicleta.
Cíclicamente en los parques florecen
rosas y rayos gamma.
Un niño pedalea a lo largo del Ōta
con barba encanecida.
Otro juega al balón, no teme aún al cielo.
Una anciana recuerda la seda del yukata
derramada en las manos de su madre.
Febrilmente una joven hace el cómputo
de camisas radiactivas, palomas
blancas ante su ingreso por primera
vez en un hospital.
Un peatón se detiene.
Está azul el semáforo. Entrecierra
los ojos para ver, cree ver. Avanza.
Cruza un pájaro la rueda del sol
sin saber de los tarde.
Sin saber del dolor o de los nunca.
La bomba atómica sigue cayendo.
Sólo vemos la luz,
no cómo nos quemamos.
CÁRDENO
No siempre fue el futuro ese animal magullado.
¿Cuándo perdió las alas y la risa?
¿Cuándo se marchitó su ladrido de aliento?
Pesa la herida más que la esperanza.
Y no basta la espera.
Pero tal vez sí el bálsamo
de balbucir una palabra indemne.
Aunque en este desierto cueste tanto decirla.
Aunque las referencias hayan quedado atrás.
El sueño de soñar algún día lo ileso.
Por si las jacarandas
irrumpen como puntos cardinales.
Por si la vida todavía fuera
ese árbol triste en que lucha una flor.
CUCO
Era esto la vida,
te preguntas sin cisnes en la cara,
sin espejos, la culpa
planchada en el armario
igual que el aire firme,
amnésico a la hora de morar los pulmones,
era esto la vida y el oxígeno
no recuerda la senda
y nadie lo adormece,
nadie puede tapiarlo ya a su gusto,
nadie recuerda cómo
se reciclan los pedruscos del llanto,
era esto la vida,
el mobiliario andante,
un corazón que habla en queroseno
y los pájaros rotos
trenzando su liturgia en trinos de otra era
y era esto la vida,
un sol que desinhibe su guirnalda
para quién, para quién y aplaudimos la ausencia,
la dignidad autómata,
aplaudimos los ojos derramados
y el gorrión equilátero en el suelo,
era esto la vida,
era el tímpano una moneda en el bolsillo
y la verdad una casa de cambio,
era el mirlo un intruso que cantaba
tan ajeno a nosotros,
androides que incubamos silencio, niebla y humo,
y el cascarón habrá
de romperse algún día
y no será jamás lo que esperamos.
PARÉNTESIS
Nunca me habría imaginado ángel
pero estando allí contigo sí lo era.
Y luché contra el sueño
para filmar hasta el menor detalle,
para poder guardarte en la memoria.
No sé si lo he logrado, pero sé
que una parte de mí, te lo aseguro,
no ha cogido ese tren. Y permanece:
sin billete, sin alas.
Sólo mis ojos en ti y mis manos
como una bendecida almohada mientras duermes.
Raquel Vázquez (Lugo, 1990)
Ha publicado una docena de libros, entre los que se encuentran la novela Chomolangma (2017, La Isla de Siltolá), los libros de cuentos La ocarina del tiempo (2016, Trifolium) y Paralelo 36 (2019, Talentura), y poemarios como Puerta de embarque (2022, Renacimiento), Aunque los mapas (2020, Visor, Premio Loewe a la Creación Joven, Premio Ojo Crítico de RNE), Lenguaje ensamblador (2019, Renacimiento, Premio Orizzonte Atlantico) o El hilo del invierno (2016, Hiperión, Premio Nueva Valencia). Algunos de sus poemas están traducidos al francés y al italiano. En el curso 2014/15 recibió una beca de residencia de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores y, más recientemente, una beca Leonardo de la Fundación BBVA para la escritura de un libro de relatos.
Web: raquelvazquez.es
Twitter: https://twitter.com/raquelvqz
Instagram: https://www.instagram.com/raquelvqz
Tres detonantes creativos.
El asombro, el ensimismamiento, la intuición. En resumen, la vida.
¿Algún rito preliminar antes de la escritura? ¿Cuál?
La escritura suele adelantarse al rito: es imprevisible, puede darse en cualquier lugar y circunstancia. Para favorecerla, eso sí, puedo sentarme con una libreta y un bolígrafo, acompañada por una infusión o un café, junto a una ventana. Cuando pretendo escribir en el ordenador, me gusta escuchar música que me inspire, como la de Keith Jarrett, John Coltrane o Johann Sebastian Bach.
¿Qué fases atraviesan tus poemas? ¿Cuándo pones fin a un texto?
Primero llega una idea, una intuición. Algo que me descoloca, que lo siento como epifánico, que quizá todavía no comprendo del todo. Puede ser ya un verso o que todavía no tenga forma de palabra. Construyo a partir de ahí, indago hacia dónde me lleva. Soy testigo de las palabras que me recorren y desembocan en el papel. Hay poemas que nacen siendo poemas completos y no necesitan fases posteriores, pero lo habitual es que haya un trabajo con el texto. Hay versos que sobran y otros irrumpen por el camino, llaman a la puerta, reclaman su lugar. Y después llega otro instante de revelación donde el texto se proclama a sí mismo terminado: ya no admite modificación, o quizá por el momento no me veo capaz de mejorarlo. En el mejor de los casos, sé que está acabado por la sacudida, por la conmoción, honda e infinita, de que es justo aquello que necesitaba leer, de que he llegado a algo nuevo que no sabía que era posible. Otras veces, el poema está completo, pero no funciona: no pasa nada, se desecha, ya será mejor —o no— el siguiente.
¿Cuáles son tus referentes poéticos?
Vicente Huidobro, Federico García Lorca, Emily Dickinson, Olga Orozco, Roberto Juarroz, René Char, Christian Bobin…, entre otros muchos nombres.
Un consejo al escritor novel.
Cito unos versos de Eduardo Fraile: «Ser niño / es algo tan difícil que, parece mentira, / todos nos damos por vencidos antes o después. / Los últimos / son los poetas.»