Valeria Reyes

JUGAR EL ESCONDITE

Antes de estar yo aquí
pasaron algunas cosas destacables.
Mi madre construyendo una casa sola.
Mi madre perdiendo sus libros del colegio.
Mi madre de embarazo y duelo.

Llegué sin molestar.
Ocupé un trozo de este mundo
—el del hueco que habían dejado para mí—.

Mucho antes, mi abuelo atravesaba viñas en bicicleta
y mi abuela cocinaba torrijas y puchero.
Juntos dejaron un pueblo
para hacerse invisibles en la ciudad.

Fui una de esas niñas que se subían la falda del uniforme
haciendo dobleces en la cintura.
Tuvimos que aprender a escondernos de Dios.
Nos dijeron que siempre nos miraba.

Un día me atreví a subir la voz,
pero el resto de vida se me atragantaron las palabras.
Tuve miedo y aún lo sostengo,
viene a visitarme los domingos por la noche.

Hubo un huerto,
un jazmín,
una baraja de cartas,
un bañador mojado,
un traje de flores,
un mollete con mantequilla,
una alcoba para esconderme.

El verano de 1997 localicé en el mapa el País Vasco:
me pasé todo el día preguntando
si un país podía estar dentro de otro país.

En el 2000 si la luna se ponía roja,
el mundo se acabaría.

Aun hay noches, sobre todo los domingos,
que miro asustada por la ventana.
Cuento los minutos que quedan
para el fin del mundo.

Habito un lugar luminoso.
El mismo que mi madre, el mismo que mi abuela.
Cuando me voy a veces pienso:
“la paz sea con vosotros”.

HELECHO EN DAFROSA GERANIO EN JUANA

Dafrosa en patio blanco.
Dafrosa y helechos.
Dafrosa con esqueje en delantal.

Juana y geranios.
Juana en porche atlántico.
Juana y traje de flores
sobre fondo de flores.

Flores al viento.
Flores claroscuras
Flores escuchan tu palabra.

—Cuidad el helecho,
barred la tierra.
Mirad cómo se acerca el sol.

Herencia de abuelas y flores.
Juana y Dafrosa en patios.
Flores creando idiomas.

Nietos cortan flores
para sus abuelas perdidas.

Patios en silencio.
Patios encalados en colores.

Begonias, hortensias.
Tengo un helecho y lo cuido.
Tengo pelos que caen por mi espalda,
(son los tuyos).

Me voy a aquel patio,
escucho el silencio.
Escupo una flor.

Barro tu tierra
tu pelo blanco
de flores blancas

silencio blanco
en patio ensoñado y blanco.

UN DÉCIMO PISO

De una espiga en un campo seco.
De un campanario en mitad de la canícula.
De fronteras rojas al otro lado del mar.
De una piedra caliente que nada junto a un pez migratorio.
De una cama helada en el invierno mesetario.
De los hombros mojados de mi madre.
Del recuerdo de una voz templada.
De ciudades desconocidas de nombres impronunciables.
De pueblos aletargados.
Del jarrón de flores de mi abuela.
De arqueología submarina bajo la tierra blanca.
De los canarios.
De algún pájaro tropical.
De la ventana de un décimo piso.
Del montículo verde sobre el acantilado.
De todos estos lugares procede la luz.

Y sin embargo hubo una,
hubo una que te salió de dentro y yo la vi.
Venía de las vísceras,
de laberintos recónditos.
Encontraron huida en tus ojos.

Eras tú el cuerpo para aquella luz,
era mi cuerpo al que atravesó.

Segundos-luz,
el tiempo indescifrable.

Tus ojos convertidos en todos los colores.
mis manos como única forma de agarrarme al espacio.
El tiempo ingrávido cayendo al vacío
y todo por tu nombre envuelto en luz
por tus ojos como dos olas verdes meciéndome.

Era tu pelo una enredadera.
Ramas selváticas me envuelven
y me he metido dentro para ver qué hay.

Ahí está todo.
La vida era un atardecer desde un décimo piso.


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